El piloto que agarró al Sol de nave.
El 24 de octubre la casa más animada y transitada de la familia, esta vez se hallaba entre un montón de flores, arreglos, velas y banderas.
–¿Qué es esto?¿Qué están haciendo aquí? –Dijo él–. Pero todos seguían ahí, parados llorando, buscando entre todos sin mirar a nadie.
¿Por qué será que hacemos todos estos actos? Ni siquiera nos creemos lo ocurrido, nadie se lo había tragado, pero ahí estábamos, intentando obligarnos a aceptar algo más que un grave relato. Un sueño colectivo, pesadilla sin precedentes, nada más inverosímil que esta ficticia realidad, obra de escritores retirados, de todo tacto ausentes.
El clima a cada minuto parecía hacerse más pesado. Un grisáceo perenne, un abismo incesante de calor húmedo nos recorría cada fibra del cuerpo. Podía respirarse en todos lados. Estaba ahí. En cada rostro conocido y desconocido, se creaba un sentimiento. Conectándonos, nos tocamos el alma sin saberlo, fuera del intelectual entendimiento, sin palabras. La vida le contenía. Ahí entre el revuelo, las risas, el viento y los árboles moviendo, estaba presente. ¿En las lágrimas? No, él no estaba ahí. Ahí estábamos nosotros buscándole a él, pero sí que le encontramos al recordar ese detalle.
Justo antes del atardecer una orquesta cuyo tema fue el potente desenfreno, se desató.
La naturaleza comenzó a hacer lo suyo. Haciéndose notar como siempre, él les gritaba, cómico, las notas de la partitura.
–¿Cómo va a ser, José Alberto? ¡Es un caos!-Le decían.
–¡Ya mismo! Sin cuestionar. ¡Denle y ya!–Gritaba él, como quien lleva la batuta del día.
Las nubes grises empezaron a desgarrar el cielo,
descubriéndose las mezclas de este artista.
Las hojas danzaron sin destino, impredecibles.
Incontables ondas, en el agua, describían con brío los gritos del alma libre.
La noctámbula salió al encuentro de un cielo descubierto
desgarro entero a simple vista, no quedaba nube alguna.
Lo primero en llamar su atención fue la brillante silueta de una luna de tantas, particularmente resplandeciente, a pesar de ser menguante su fulgor parecía hacerse más fuerte.
Mientras más se ve más se siente –pensarán algunos– pero no, a veces lo más pequeño es precisamente lo que destaca del resto.
Por último pero jamás por final, al fondo de su mirar arribó la superficie celestial.
Naves estrellas al norte, sur, este y oeste. Pero sobre todo al sur oeste.
Al sur queda Santa Elena y por el Oeste el Sol se esconde.
–Ése está allá cantando y bailando en una comparsa. Qué pilas, se fue en el Sol de noche para madrugar y seguir de fiesta.-soltó una carcajada al saberlo.
Tenía tanto tiempo sin saber de una mar tan despejada, de tantas naves estrelladas.
En ese momento entendí que en cada nave estrella hay una vida o más a bordo.
Si quieres saberlo con certeza, tendrás que nadar hasta ellas y entrar a bordo.
El piloto que agarró al Sol de nave, ya saben quién fue.
–¿Qué es esto?¿Qué están haciendo aquí? –Dijo él–. Pero todos seguían ahí, parados llorando, buscando entre todos sin mirar a nadie.
¿Por qué será que hacemos todos estos actos? Ni siquiera nos creemos lo ocurrido, nadie se lo había tragado, pero ahí estábamos, intentando obligarnos a aceptar algo más que un grave relato. Un sueño colectivo, pesadilla sin precedentes, nada más inverosímil que esta ficticia realidad, obra de escritores retirados, de todo tacto ausentes.
El clima a cada minuto parecía hacerse más pesado. Un grisáceo perenne, un abismo incesante de calor húmedo nos recorría cada fibra del cuerpo. Podía respirarse en todos lados. Estaba ahí. En cada rostro conocido y desconocido, se creaba un sentimiento. Conectándonos, nos tocamos el alma sin saberlo, fuera del intelectual entendimiento, sin palabras. La vida le contenía. Ahí entre el revuelo, las risas, el viento y los árboles moviendo, estaba presente. ¿En las lágrimas? No, él no estaba ahí. Ahí estábamos nosotros buscándole a él, pero sí que le encontramos al recordar ese detalle.
Justo antes del atardecer una orquesta cuyo tema fue el potente desenfreno, se desató.
La naturaleza comenzó a hacer lo suyo. Haciéndose notar como siempre, él les gritaba, cómico, las notas de la partitura.
–¿Cómo va a ser, José Alberto? ¡Es un caos!-Le decían.
–¡Ya mismo! Sin cuestionar. ¡Denle y ya!–Gritaba él, como quien lleva la batuta del día.
Las nubes grises empezaron a desgarrar el cielo,
descubriéndose las mezclas de este artista.
Las hojas danzaron sin destino, impredecibles.
Incontables ondas, en el agua, describían con brío los gritos del alma libre.
La noctámbula salió al encuentro de un cielo descubierto
desgarro entero a simple vista, no quedaba nube alguna.
Lo primero en llamar su atención fue la brillante silueta de una luna de tantas, particularmente resplandeciente, a pesar de ser menguante su fulgor parecía hacerse más fuerte.
Mientras más se ve más se siente –pensarán algunos– pero no, a veces lo más pequeño es precisamente lo que destaca del resto.
Por último pero jamás por final, al fondo de su mirar arribó la superficie celestial.
Naves estrellas al norte, sur, este y oeste. Pero sobre todo al sur oeste.
Al sur queda Santa Elena y por el Oeste el Sol se esconde.
–Ése está allá cantando y bailando en una comparsa. Qué pilas, se fue en el Sol de noche para madrugar y seguir de fiesta.-soltó una carcajada al saberlo.
Tenía tanto tiempo sin saber de una mar tan despejada, de tantas naves estrelladas.
En ese momento entendí que en cada nave estrella hay una vida o más a bordo.
Si quieres saberlo con certeza, tendrás que nadar hasta ellas y entrar a bordo.
El piloto que agarró al Sol de nave, ya saben quién fue.
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